Pancho Rendón era uno de los mejores formadores de páginas de periódico. Sin estudios ni posgrados, desarrolló una gran habilidad con el cutter y el pegamento para hacer realidad las exquisiteces o caprichos del diagramador y hasta para disimularle los errores.
Pero la tecnología, que todo lo arrasa, acabó con esa y muchas plazas laborales. Las computadoras simplificaron el trabajo, lo concentraron, y echaron a la calle a muchos que, como Rendón, hasta entonces eran personal calificado.
Todavía se fue a evadir esa tendencia opresora y halló chambas en talleres gráficos poco tecnologizados.
Así fue que una madrugada, Mario Martini, que sobrellevaba un exilio laboral en La Paz, descubrió un el fondo de una piquera a un tipo que se cubría la calva con una cachucha de La Talacha.
No podía ser, esa prenda sólo la tenían los amigos y colaboradores de aquella primera intentona del Periodismo Democrático y Tropical, y todos estaban en Mazatlán. Se atrevió a desafiar el ambiente y se acercó a la cachucha. En efecto, quien la portaba era un colaborador frecuente de aquella publicación, el Picochulo Pancho Rendón.
Ambos se aliviaron el rigor de la ausencia, acompañándose en los tiempos libres, mayormente en lugares de fuste.
En sus respectivos tiempos regresaron finalmente. Pancho se acomodó en oficios varios, sobre todo en la Seguridad Privada, pero no podía durar. Contra el reglamento, como vigilante en el Hospital del IMSS dejaba pasar a madres o hijos angustiados para que estuviesen con el paciente, dejaba pasar cenas abundantes y grasientas aunque el médico prescribiera ayunos. Tenía el corazón muy blando para aplicar el rigor de la ley.
Compañero de trabajo en los medios, coincidimos mucho porque a la par que yo noviaba con Ofelia, él lo hacía con Elvia, gran amiga de ella y luego mía. Un día nos invitó a una boda de postín en el desaparecido Casino de Mazatlán (de whisky y toda la cosa) y ya en el taxi de regreso nos confesó que aunque las invitaciones eran auténticas y bien habidas, no conocía ni a los novios ni a sus familiares. Ni siquiera a algún amigo cercano.
Últimamente vivía en Tijuana, al amparo de sus hijas (Elvia, infortunadamente, murió tiempo atrás). El segundo sábado de este octubre falleció allá, víctima de lo que se pensó era una gripa fuerte. Lo vamos a recordar con afecto y como ejemplo de que los cambios y El Progreso también traen víctimas colaterales.