A ritmo de Soleado.-
Gracias por su generosidad y paciencia de 2022. Lo mejor para el 2023.-
Esta fecha nos invita a repartir buenos deseos, a plantearnos nuevas metas o a reforzar la lucha por lo que está en marcha. Pero también mueven a la nostalgia, a tocarnos las heridas dejadas por pérdidas importantes.
Al ritmo de Soleado, la vieja pieza musical que nos deslumbró allá por la juventud, mis fantasmas se hicieron presentes. Por entonces no habíamos tenido pérdidas familiares muy cercanas, el mundo en que nacimos y crecimos seguía completo.
¡Cuántas veces nos calló mi madre para alcanzar a oír estas notas, salidas de la radio de una casa vecina! Si había tiempo la buscábamos en el nuestro, pero con volumen ínfimo, para no estorbar. O la tropezábamos en el radio del taxi de mi padre, o la tarareábamos incultamente en la pequeña pandilla del barrio (ni el Lalo Fonseca ni yo éramos afinados, como sí lo era el Fausto Jacques, pero por carrilla no se lo reconocíamos).
Los años nuevos fueron siempre fiesta. O la organizaba mi abuela Teodora o la hacía su comadre Sabina Cristerna, ambas sin dinero pero con la generosidad de hacer el esfuerzo de guisar tamales y frijoles puercos o frijoles puercos y ensalada de pollo e incluso de rentar el tocadiscos de Sixto o una electrola que funcionaría sin monedas, o les prestaba su gran consola el magnífico vecino que fue José Ortiz (José de la Burra, por la cantina La Burrita, que su familia tuvo en una esquina cercana) para bailar al ritmo de la Sonora Matancera, de la Santanera, de Celia Cruz, de Carmen Rivero y de Linda Vera, y cerrar las madrugadas con el repertorio de Los Dos Oros, Los Dos Reales, Daniel Santos, Bienvenido Granda, las hermanas Huerta, las Hernández, Javier Solís y Pedro Infante. Una vez llegó mi padre e impuso las canciones de Manuel Pomián. Sonaban a arrabal, pero nadie les hizo el feo.
Mi primer Año Nuevo autónomo fue en 1971. Ese año nos mudamos de la Montuosa a la Klein y tuve el permiso de regresar a buscar a los cuates. Anduvimos rolando por la propia Montuosa y por la Reforma, agarrando cura con uno de los primeros bailes dirigidos: La Bala, y repitiendo obsesivamente la frase de “vámonos tendidos”, a la que se sumó “tendidos como un viejo”, porque ese año José Feliciano pegaba con tubo con aquello de “Pueblo mío que estás en la colina/ tendido como un viejo que se muere…”
Sólo en 1977 abandoné las fiestas de barrio para meterme al Casino Mazatlán, a disfrutar el concierto de Lola Beltrán, prácticamente el mismo de 1976 en Bellas Artes. En 1979 hicimos un recorrido por varias casas de amigos: éramos diez viajeros en el Volkswagen del licenciado Alfredo Arnold. Fue la primera velada que pasé (parcialmente) en casa de Ofelia y desde entonces no he fallado un solo año.
En esta acumulación de años ha habido de todo. Perdimos a mis padres, mis abuelos, mis cuatro tíos maternos Alfredo, Alejandro, Flérido y Florentina, a mi suegra Rafaela, a su mamá Amparo y a don Tranquis, al queridísimo güero Arámburo, a mi cuñado Carlos, a mi hermano Chito y muy recientemente a Lucha, tía muy querida de Ofelia. Hemos perdido a primos, a amigos muy cercanos, a figuras que han sido referente en nuestras vidas.
En cambio llegaron mis hijos Mary y mi Paco, muchos de mis sobrinos y sobrinos por el lado de Ofelia, sobrinos nietos, en fin, como en todas las familias, no hay tiempo perfecto porque o faltan unos que se fueron, o faltan otros que no habían llegado.
Todo este desfile en la mera víspera del Año Nuevo, en la despedida de este 2022, y en la expectativa de que en 2023 nos vaya bien a todos, aunque sea por cábala. Al ritmo nostálgico de Soleado.
FELIZ AÑO NUEVO.
Foto de archivo con fines ilustrativos/Diario Noroeste