Alejandro Quijano Sánchez, abogado, periodista y lingüista

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#LaPatriaÍntima/Por Mario Martini

Cuando uno escucha expresiones tales como “es una vieja acuachona” o que alguien se defienda de un agravio al responder enfático: “por’lorma tuya”, no puede menos que pensar que está en un pueblo de léperos que cuentan la historia de su pueblo por carnavales, la fiesta mazatleca tradicional que hace más de un siglo surgió de los pleitos cotidianos entre los del rastro y los del “muey”.

Causa espasmo saber, sin embargo, que el puerto mazatleco parió talentos que defendieron con rigor el idioma frente a las perniciosas acechanzas de la llamada penetración cultural del imperio del norte: “Vamos a la marketa en la troka a comprar unas birrias, pero ponte el sweter….”, dicen los jóvenes fronterizos con toda naturalidad.

El beisbol, el güisqui y un puño de anglicismos se instalaron para siempre en la sociedad mazatleca del siglo 19, mucho tiempo después de la tambora y la cerveza que, con el mezcal, era para el populacho sediento que compraba una caja de 12 cerveza por 2.10 pesos. El sueldo era de 100 pesos mensuales en 1902.

Hay quienes dicen del mazatleco que tiene cultura playera, subordinada a los caprichos de la reconquista que de nuestras costumbres se vencen en honor de esa industria perniciosa que es el turismo en términos de penetración cultural. A Mazatlán se le conoce como un pueblo carnavalero, despreocupado de los grandes acontecimientos mundiales y, por lo tanto, alejado de la cultura y las bellas artes. Un pueblo de borrachos estruendosos y bullangueros

Sin embargo, frente al Océano Pacífico queda plenamente comprobado que la vida transcurre con suavidad y calma, elementos que no pueden más que producir inspiración poética. Una sencilla revisión de las historias que integran el libro La Patria Íntima/Todos Somos Sinaloa desmiente tal infundio. Ha habido y hay reconocidos talentos sinaloenses en la literatura, la poesía y el lenguaje.

Pocos, muy pocos, saben que don Alejandro Quijano, cuyo nombre cuelga en las esquinas de una modestas calle en el centro de Mazatlán, cerca de don Belisario Domínguez y Genaro Estrada, mazatleco de cepa, presidió la Real Academia de la Lengua y fue un reconocido lingüista que recibió todos los honores por la defensa heroica que hizo del español frente a la devastadora influencia de extranjerismos, muy valorados por la cursi burguesía de todos los tiempos.

Nació seis meses antes de que falleciera la cantante de ópera Ángela Peralta, en la misma ciudad de Mazatlán, del estado de Sinaloa. Para ser más precisos, hay que decir que este hombre universal nació por la calle del Arsenal número 72, un día 5 de enero del año de 1883 y falleció en México, D.F., el 17 de febrero de 1957. Se le conoció como el maestro del buen hablar. Fue miembro distinguido de la Real Academia Española de la Lengua.

El escritor Nemesio García Naranjo dijo de él lo siguiente: Sirvió a la causa caritativa y humanista en la Cruz Roja; sirvió a la cultura en la Universidad; sirvió al idioma de don Miguel de Cervantes Saavedra desde la dirección de la Academia Mexicana de la Lengua; sirvió al arte musical como miembro de la sociedad patrocinadora de conciertos y de ópera; sirvió a la opinión pública desde la dirección del diario Novedades, y sirvió finalmente a muchos otros centros de inteligencia y de bondad que sería cansado enumerar. Pero lo que más me interesó de su personalidad polifacética era el espíritu noble, desinteresado y cristiano que ponía siempre en reconciliar a todos sus semejantes. Era un armonizador, uno de los pocos armonizadores en este país, en donde los átomos no han menester de sabios investigadores ni de laboratorios costosísimos, para estarse desintegrando continuamente. En resumen, Alejandro Quijano valía mucho, muchísimo, pues era un gran señor en el mundo, un gran señor en la cultura y por encima de todo, un gran señor del altruismo y de la caridad. ¡Paz a sus restos mortales y gloria eterna a su memoria ejemplar! Ingresó a la Academia el 27 de octubre de 1920 como numerario; ocupó la silla XVI (3º). Desempeñó los cargos de Archivero (1º): 1920-1924; Censor (3º): 1924-1939; Director (10º): 1939-1957. Fue distinguido como Correspondiente de la Academia Colombiana el 25 de mayo de 1947.

Inició sus estudios en su ciudad natal y los continuó en la capital de la república en la Escuela Nacional Preparatoria y luego en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de México, donde obtuvo el título de Abogado, y de la que más tarde fue director y maestro. Impartió clases de elocuencia forense, derecho administrativo y  práctica civil, antes de que se le nombrara Doctor en Derecho. También dio clases de literatura general y de literatura española en la Escuela Preparatoria y en las 2 Normales de Maestros que había en la capital del país. Su ánimo afable y bondadoso le ganó la simpatía de alumnos y compañeros.

Fue nombrado miembro Correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua el 9 de octubre de 1918 y como Socio de Número el 10 de abril de 1920. Ocupó la silla XVI que al morir había dejado vacante el poeta Enrique Fernández Granados.

A su discurso, titulado La poesía castellana en sus cuatro primeros siglos, dio respuesta el novelista José López Portillo y Rojas. Como censor de la Academia, de 1924 a 1939, sucedió en octubre de este año al fallecido Federico Gamboa,  director de la Academia. Fue miembro correspondiente de otras Academias, como la Española, la Costarricense y la Colombiana; presidente de la Asociación Mexicana de la Cruz Roja durante más de treinta años y perteneció, además, a sociedades de prestigio en el mundo. Dirigió los diarios mexicanos Novedades y The News.

Mereció abundantes distinciones y recompensas de instituciones del extranjero. Fue un furioso defensor de la lengua española y sus escritos son modelos de pulcritud casticista.

Publicó los libros y folletos siguientes: Las letras en la educación, 1915; La ortografía fonética, en colaboración con don Manuel G. Revilla, 1916; Jiménez de Cisneros, 1918; En casa de nuestros primos, notas de viaje por los Estados Unidos, 1918; Amado Nervo. Su vida y su obra, 1919; En la tribuna. Discursos y conferencias, 1919; La poesía española en sus cuatro primeros siglos, 1921; Elogio del idioma español, 1933; Cervantes y el Quijote en la Academia, 1935; Mazatlán, 1939; El Segundo Centenario del Diccionario de Autoridades. Los Diccionarios Académicos, 1940; Veracruz en la Academia, 1950; Discursos de índole varia. Francisco Monterde Semblanzas de Académicos. Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana. México, 1975, 313 pp.; Cervantes y el Quijote en la Academia, publicado por la Academia Mexicana de la Lengua en la ciudad de México, 1955; Las Letras Españolas antes de Miguel de Cervantes, publicado en la ciudad de México en diciembre de 1913

Quijano fue, sin duda, un distinguido sinaloense y hombre de vasta cultura que realizó valiosa labor para el desarrollo de la cultura de la sociedad nacional e internacional, fue contemporáneo del grupo de intelectuales, artistas y políticos que emergió después de la Revolución Mexicana y participó con ellos en la formación de las instituciones que estructuraron el México de nuestros días.

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