Amalia Millán Maldonado, sanignacense, la alondra del trópico

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  • Folclorista, actriz, cantante y también se dedicó a música y política.-
  • Maestra en la cátedra de folklore del maestro Manuel M. Ponce.-
  • Inspiró a Laphtchan que compuso una ópera sobre una leyenda indígena contada por ella.-

Por Mario Martini

Fue  hija querida de una familia bendecida con talento y disciplina por el conocimiento. Sus hermanos Ignacio, Alfonso y Teresa fueron un oncólogo de gran prestigio  internacional,  amigo y médico de cabecera  del muralista Diego Rivera, afectado por el cáncer; un siquiatra fundador de la siquiatría forense en Paris y una artista plástica y poeta consumada, respectivamente.

Amalia fue reconocida por el mundo como la folclorista más completa de México que hizo estudios y compiló información valiosa sobre pesía, cantos, danzas, música, costumbres, ritos y leyendas de los pueblos indígenas de América,  con la particularidad que ejecutaba con destreza todos los instrumentos musicales de las etnias del continente, particularmente la guitarra que su hermano Nacho también tocaba magistralmente en las tertulias de Diego Rivera y Frida Kahalo. En reciprocidad a una amistad para siempre y por haberlo convencido para que viajara a Rusia a tratarse de un cáncer incipiente, el muralista  dedicó  al doctor sanignacense el mural del Hospital General “Dr. Gaudencio González Garza” del Centro Médico Nacional La Raza del IMSS en la ciudad de México.

Amalia nació el 7 de mayo de 1902 en el poblado de San Ignacio Sinaloa, fue hija del profesor Hilario Millán Picos, originario de Ixpalino, y de la señora Teresa Maldonado Osuna, natural de San Ignacio, según consta en el acta 42 del libro 4341 de la Secretaría de Gobierno del estado de Sinaloa.

Cursó la educación primaria, secundaria y bachillerato en la ciudad de Culiacán. Fue la primera mujer mexicana en obtener en 1944 el título de profesora de folklore en la entonces Universidad Nacional.

  • Definitivo encuentro accidental

Siete años antes, en 1937, siendo una joven llena de ilusiones y amor al arte, ingresó a la entonces llamada Facultad de Música, hoy conocida como Escuela Nacional de Música, donde accidentalmente conoció al maestro Manuel M. Ponce de quien recibió grandes enseñanzas sobre música, poesía y folklore mexicano.

La escritora Rosalía D’ Chumacero relata el acontecimiento: “En cierta ocasión Amalia necesitaba a toda prisa encontrar al maestro Mischaca para resolver cierto problema de solfeo, cuando en su busca entró equivocadamente  a la clase que decidió su destino. Un maestro de cabeza blanca hablaba de poesía y danzas antiguas, temas que la apasionaron, quedándose parada en la puerta para escucharlo. Él la invitó a pasar…” Se trataba del maestro Manuel M. Ponce, célebre autor de “Estrellita”,  a quien años más tarde sustituiría periódicamente en el aula con la única condición de que la paga íntegra siguiera siendo para el maestro.

Auspiciada por Ponce siguió estudios de canto y piano y muy pronto se presentó en la Unión Femenina Iberoamericana, interpretando canciones indígenas de los yaquis, acompañada del típico tamborcito de la tribu. Esto la puso en el camino de la interpretación folklórica, iniciando así una carrera que en su género nadie ha superado y con la que ha dado sentida interpretación a la canción indígena de México dentro y fuera del país.

Participó en películas cantando canciones otomíes. Fundó en la Universidad del Sur de California la cátedra de folklore americano. Publicó un libro de canciones indígenas traducidas al inglés, con lo que coronó sus actividades académicas en Norteamérica.

En 1945 fue invitada a asistir  a la Conferencia de La Paz en San Francisco, California, donde interpretó canciones otomíes. Esta presentación le abrió las puertas de la Universidad del Sur de California que la invitó a hacerse cargo de la cátedra de folklore que fundaron especialmente para ella y que impartió  a maestros que a su vez enseñaban tanto a alumnos mexicanos como a estadounidenses. Entre sus alumnos estuvo el profesor y compositor Laphtchan, quien inspirado en una leyenda indígena que la sinaloense le contó compuso una ópera.

Antes de regresar a su Patria Íntima, publicó un libro de canciones indígenas mexicanas traducidas al inglés con lo que coronó su estancia en Estados Unidos. Decide regresar a México en 1954 a continuar con sus investigaciones y enseñanza de las culturas prehispánicas que difunde a través de la prensa, libros, conferencias y presentaciones personales.

Su gran carisma y trabajo la llevaron a desempeñar una labor sorprendente por estar reservada a los hombres: la minería que su padre exploró durante su vida productiva. A la muerte de su hermano mayor Hilario, se vio en la necesidad de hacerse cargo del negocio familiar minero. Lo hizo con disciplina y organización, lo que le ganó el respeto de los mineros de la región de “La Silla”, nombre de la mina, y de los pueblos y caseríos circunvecinos que le pedían que hiciera gestiones para construir un camino que los comunicara con la civilización. “Ya no es la dulce muchacha de sentidas interpretaciones indígenas en los lenguajes nativos –relata D’ Chumacero-; ahora es la valerosa minera de pistola al cinto (que ingenuamente confesó que siempre  estuvo descargada), quien vigila a sus trabajadores, da órdenes, pelea con la Secretaría de Economía que quiso expropiarla, y a la cual le ganó…”

Esas valerosas, humanas y eficientes actuaciones le ganaron la popularidad de muchos pueblitos que la postularon a ojos cerrados para que compitiera por la diputación local del Distrito de San Ignacio, obteniendo una victoria arrolladora el 5 de julio de 1959. Como candidata y luego como diputada promovió la construcción y habilitación de bibliotecas populares, talleres de artes manuales para mujeres, construcción de escuelas y hospitales a través de patronatos que organizó durante la campaña.

  • Bendita bofetada

“Una bofetada cambió el rumbo de mi vida”, relató al reportero que la entrevistó en su casa de la colonia Roma en la ciudad de México, donde vivió rodeada de papeles, libros y trabajando siempre en defensa de costumbres y tradiciones de los pueblos indígenas del continente. En  aquella década de los 60’a trabajaba en la publicación de sus memorias, contenidas en un diario que inició a los 16 años.

“Después de una terrible decepción amorosa que culminó con una bofetada –descerrajada en plena reunión familiar por una broma  que hizo a su novio- me dediqué al estudio. El otro acontecimiento fue su encuentro con el maestro Ponce, “un hombre encantador que impartía la cátedra de folklore y me invitó de oyente a su clase…Su manera de enseñar era genial, transmitía su entusiasmo…”

Otra anécdota pinta de cuerpo entero a la familia Millán Maldonado. Cuando el grupo de vecinos de “La Silla” le propuso al general Gabriel Leyva Velázquez, oriundo de San Javier, también en el municipio de San Ignacio, que fuera su diputada, Amalia reveló su desasosiego: “Me sorprendió la petición ¿qué sabía yo de política?, me asusté y me quise devolver a Estados Unidos. Mi hermano Román Millán, propietario del Diario de Culiacán, me dijo:  tu vida han sido los indios, mejora su situación económica si tienes la oportunidad de hacerlo, no seas egoísta…Me costó mi matrimonio con Richard Howard, muchas lágrimas y me quedé a cumplir mi deber de ciudadana…” Había contraído matrimonio con Richard Howard el 2 de junio de 1947 en Los Ángeles, California

California, Matrimonios de Condado, 1850-1952

  • Gratuito
  • NacimientoAprox. 1917
  • Matrimonio2 de Jun de 1947 – Los Angeles, California, United States
  • EsposaAmalia Millan
  • PadresSaul Howard, Olga Volkoff

En su colección personal, Amalia reunió 65 trajes de diferentes regiones de México, así como de China, Japón, Filipinas, Perú, Bolivia, Guatemala, El Salvador, Brasil y de dos regiones de España, así como libros de música indígena y otros como “Los Hijos de México y su Folklore”, “Magia y Brujería Mexicana”, “Cuentos Folklóricos”, entre muchos otros. Fue autora del traje regional sinaloense y  se le conoce como la Alondra del Trópico.

Por sobrados méritos es una de las mujeres mexicanas y sinaloenses más ilustres del siglo XX, polifacética y de brillante personalidad, que recuperó para las nuevas generaciones arte, canto, música y folklore de nuestros olvidados pueblos indígenas.

(Semblanza del libro Las Patria Íntima de Mario Martini)

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