Enrique Fernández Tallaeche “Cachirulo”, actor y productor teatral mazatleco

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Por Mario Martini

Los sesentones de hoy seguramente recuerdan a Cachirulo en las primeras y escasas producciones que se hicieron en la televisión mexicana a mediados de la década de los 50 del siglo pasado. Tal vez muchos posiblemente se  enamoraron platónicamente de la sexi Princesa Caramelo, se entusiasmaron con la generosidad de Cachirulo y tuvieron pesadillas con el siniestro Fanfarrón, personajes del Teatro Fantástico, patrocinado por Orange Crush, Titán y la fábrica de chocolate La Azteca, elaboradora del Chocolate Express, y que se transmitió durante 17 años todos los domingos en horario familiar, producido por el publicista Augusto Elías. Era un “programa para los niños, los papás de los niños y los papás de los papás de los niños”.

Algunos medios lo relacionaron con el “Señor Telenovela”, Ernesto Alonso, y algunos pasquines incluso construyeron falsos relatos de encono entre “los hermanos” y difundieron una rivalidad actoral inexistente por la simple y sencilla razón de que ni amigos eran. Uno nació en el bello puerto de Mazatlán y el otro en Aguascalientes.

Su madre Leticia, joven muy guapa, nació en Culiacán y fue hija de “muy buena familia pero con muy pocos recursos”  y antes de que algún bigotodo revoltoso le echara el ojo la familia emigró a San Antonio, Texas,  donde pusieron a salvo a la adolescente. La familia permaneció en esa ciudad hasta que pasaron los fogonazos revolucionarios. Tan guapa era la joven que una empresa estadounidense fabricante de chocolates rellenos de cereza le rogó para que fuera su imagen publicitaria. La madre corrió a los publicistas con la exclamación final “¡No quiero maromeros ni cómicos en mi familia”! La vida le pagó con dos: Cachirulo y su hermano Carlos que interpretaba a Fanfarrón.

Su padre Vicente nació en Lampazos, Tamaulipas, y por su trabajo, visitador médico, recorría el país de arriba abajo, al grado de que no estuvo presente en el nacimiento de su hijo Enrique.

“Yo bien podría asegurar que nací dos veces: una, por decisión materna, el 7 de septiembre de 1923 en la hermosa y alegre ciudad de Mazatlán, y la segunda, en 1952, cuando descubrí a Cachirulo jugando a escribir nombres con la letra che, porque a mi me gusta mucho cómo suena”.

Así describió su doble nacimiento el actor Enrique Fernández Tallaeche (Enrique Alonso), productor del Teatro del Pequeño Mundo que 3 años más tarde, en 1955, sería el Teatro Fantástico, a través del cual cautivó a los pequeños durante tres generaciones y logró recrear los mejores cuentos clásicos de la literatura infantil.

La vocación por el arte fue temprana. Nacido en la ciudad de Mazatlán, emigró a la ciudad de México a los siete años, cuando María Tereza Montoya, la Sara Bernhardt mexicana, convertía cada una de sus actuaciones en una pieza antológica y cuando los siete teatros existentes en la metrópoli: Arbeu, Colón, Esperanza Iris, Ideal, Lírico, Principal y Virginia Fábregas se abarrotaban con las famosas tiples españolas y se engalanaban con la presencia de luminarias del llamado género chico como María Tubau, Conchita Piguer, Celia Montalván, Roberto Soto la Compañía Dramática de Luis G. Barreiro.

La vida de Enrique Alonso tuvo algunos momentos decisivos, como aquél en el que decidió abandonar su carrera de contador para crear su propia compañía teatral y otro, ya en la madurez, que refrendó su firme voluntad de vivir, luego de someterse a una delicada operación del cerebro que lo puso al borde de la muerte. En el cprimer caso no tuvo la suerte del segundo, pues su padre lo obligó a terminar la carrera y a entregarlñe el título. Enrique le concedió el gusto a su padre, pero de todas formas escuchó su voz interior que lo conducía frenéticamente al teatro., al que entró como escritor de cuplés para su protectora La Gatita Blanca, quien hizo furor parodiando el mural que Diego Rivera había pintado en el Hotel Del Patrado con la leyenda “Dios no existe”. Alonso le escirbió un cuplé que provocò el emnfrentamiuento entre dieguistas y católicos..

Inmerso en el mundo frívolo de los teatros era también un cinéfilo infantil de corazón, puesto que su abuelo era el dueño del Cine Monumental, ubicado en la populosa colonia Guerrero de la ciudad de México a donde la familia se había instalado en 1931 en la naciente y catrina colonia Del Valle. Pero su vocación actoral la encontró a los 8 años cuando conoció a su inolvidable y entrañable amiga María Conesa La Gatita Blanca, quien, sin hipérboles, fue admirada por todas las generaciones del siglo XX en México y en otros países de habla castellana.

Muy joven, en 1948, debutó como actor profesional al lado de Lupe Rivas Cacho, en La temporada del recuerdo, un año antes de que surgiera El Teatro del Caracol. Él mismo confesó haberse encontrado en la disyuntiva del incipiente teatro experimental, de tendencias europeas vanguardistas, y el teatro tradicional. Pero estaba convencido que su carácter ecléctico lo llevaría  a conciliar ambas vertientes para aprender de las dos y fue así como se convirtió en un extraño ser que nadaba entre dos aguas.

Después de varias temporadas con , Angel Garasa y María Tereza Montoya, y con los recuerdos de una infancia feliz, el entonces joven Enrique Alonso –nombre de batalla impuesto por La Conesa, su tutora en el ambiente artístico- emprendió el camino del arte escénico realizando el montaje de La Princesa Encantada. Fue cuando, en un afortunado e ingenioso juego de palabras, cambió el nombre de Pinocho por el de Cachirulo, dando inicio así a la leyenda del teatro infantil.

Al tiempo en que hacia del  teatro clásico y de variedades, mostró su versatilidad como director y productor en compañías de zarzuela, comedias musicales, teatro clásico y de variedades.

Desde 1984 se dedicó a rescatar el género chico, teatro de carpa y revista, con montajes como Dos tandas por un boleto, La alegría de las tandas, Chin Chun Chan y las Musas del País. Con esta última pieza, que presentó con gran éxito en el Teatro Julio Castillo del INBA, celebró cuarenta y cinco años de vida escénica.

También destacan sus exitosas matinées musicales en el Palacio de Bellas Artes, cuando, acompañado por la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Enrique Arturo Diemecke, Cachirulo deleitó a los niños a mediados de los años 90’a con el espectáculo Pedro y el Lobo. Asimismo, escenificó pastorelas mexicanas como El Portal de Belén y Cuento para Noche de Reyes.

En dos libros -María Conesa, prologado por Carlos Monsiváis (Editorial Océano, 1978), Mi vida en el Teatro  y sus recientes Conocencias (Escenología, A.C., 1998)- reconstruyó los ambientes, imágenes de personas, paisajes y, consecuentemente, una parte considerable de la historia mexicana del siglo 20: desde los foros que sirvieron para el espectacular género chico hasta el teatro de revistas musicales y políticas que han sido de la preferencia de muchos.

“Había grandes actores, recordó Cachirulo en la víspera del homenaje en el Palacio de Bellas Artes por sus 50 años de actuación.  A uno de los que mejor recuerdo, por ser un artista completo, es Joaquín Pardavé y después a Manolo Fábregas”

Organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Cachirulo fue motivo de un espléndido homenaje en vida por sus 50 años dedicados a la actuación.

En numerosas ocasiones expresó su deseo de retribuir al teatro lo que éste le dio durante cincuenta años, sin detenerse a recordar que la deuda fue saldada en ese momento mágico cuando desplegó su fantasía en formas multicolores y prodigiosas para contar como nadie lo ha hecho las mejores historias del repertorio infantil universal.

El mazatleco Enrique Alonso supo cautivar al público y marcar pautas dentro de la actuación. De alguna manera, y ahí reside su misterio, logró conjugar ambas circunstancias: transmitir emociones y, lo que es más importante para su gloria, convencer al público de su enorme talento.

Murió en la ciudad de los Palacios, donde permanecen sus restos.

(Semblanza del libro La Patria Íntima de Mario Martini/Edit., autor/2009)
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