Juan de Dios Bátiz Paredes, político, académico y servidor público

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Muy pocos se imaginaban hace 118 años que uno de los 200 habitantes del modesto poblado de Sataya, en el centro de Sinaloa, sería el fundador de la universidad tecnológica pública más importante del país. Es más, el Diccionario Geográfico, Histórico, Biográfico y Estadístico del Estado de Sinaloa, publicado por el gobierno de  Gabriel Leyva Velázquez en 1957, se refería en dos líneas a uno de los pueblos sinaloenses que más tarde tendría nombre, apellido y sentido: Sataya de Bátiz, “pueblo con 535 habitantes. Cabecera de sindicatura del municipio de Culiacán”.

Al gobernador Leyva tampoco le pareció gran cosa el legado educativo de Bátiz y en el mismo diccionario dice de él: “fue gobernador del estado y diputado local a varias legislaturas. Secretario Tesorero del Partido Nacional Revolucionario”, ni una letra más y ni un solo comentario sobre su trabajo para fundar el Instituto Politécnico Nacional. En cambio, para ejemplificar esta desmesura editorial, el mencionado diccionario dedica 2 páginas a Rafael Izabal, cuyo mayor mérito fue ser “valiente, mal hablado, de modales forzadamente ásperos y amante de aniquilar a los indios yaquis rebeldes”, quienes con sobrada razón profanaron su tumba y despedazaron lo que los gusanos habían dejado del cadáver de aquél “áspero” culichi que hizo mucho mal y poco bien.

Tan insignificante les parecía Sataya a las autoridades de la época que a falta de Registro Civil los humildes padres de  Juan de Dios Bátiz Paredes, nacido el 2 de abril de 1890 a las 5 de la madrugada, tuvieron que hacer viaje a pie para registrarlo en Culiacán. Así quedó registrado en el acta de nacimiento 598 del 20 de agosto de 1891: “hijo legítimo del señor Juan de Dios Bátiz y la señora Isabel Paredes, el primero labrador y la segunda ama de casa”.

Desde muy pequeño, sin embargo, fue llevado al mineral de San José de Gracia en las estribaciones de la Sierra Madre Occidental, donde los españoles habían descubierto uno de los yacimientos más ricos en oro, explotados durante muchos años por don Pedro Echeguren y de la Quintana, quien financió la construcción de la catedral de Mazatlán y el Mercado Pino Suárez de ahí mismo.

La fortuna de la familia cambió cuando la hermana de Juan de Dios padre, de nombre Francisca, contrajo nupcias con el general Francisco Cañedo, gobernador del estado y compadre de don Porfirio Díaz. Juan de Dios Bátiz y Bátiz fue nombrado jefe político en San José de Gracia, donde su hijo cursó sus primeros estudios, bajo la tutela del profesor Miguel Gutiérrez a quien siempre tuvo en los primeros renglones del catálogo de sus respetos. Pero su mejor instrucción la obtuvo entre los hijos de los mineros con quienes aprendió  a utilizar máquinas y herramientas y tuvo su primer encuentro con la tecnología que desde entonces identificó como progreso y desarrollo para una vida mejor.

En 1896, tras la muerte sorpresiva del padre, la familia regresó a Culiacán, donde Juan de Dios terminó la educación básica en la Escuela Oficial Normalista, fundada por los maestros Julio Jiménez y Agustín Blancas.  Su época más luminosa y el sello que lo marcaría de por vida la encontró en la preparatoria del Colegio Civil Rosales, donde compartió amistad y clases con Rafael Buelna Tenorio, el “granito de oro de la revolución mexicana”.

Como muchos otros jóvenes de su época, tuvo que viajar a la ciudad de México para ingresar al Colegio Militar el 30 de diciembre de 1908 (se tituló de Ingeniero Militar) y 4 años después, aun siendo cadete, combatió a Pascual Orozco en Durango y Chihuahua. En 1913, a los 22 años de edad, el presidente Madero lo ascendió a Teniente Táctico de Artillería

Su carrera militar fue pródiga en acciones y dinámica en ascensos. Con el grado de capitán primero sirvió al general Victoriano Huerta, antes de la Decena Trágica, y tras los asesinatos de Madero y Pino Suárez abandonó las filas del ejército federal y se unió a la columna revolucionaria de su amigo Buelna. Rápidamente alcanzó el grado de Coronel y se convirtió en el Jefe del Estado Mayor de la Brigada Buelna. En 1915 tomó Tepic y fue designado comandante militar y gobernador de la ciudad. Posteriormente se unió al ejército de Francisco Villa, pero siempre al lado de Buelna. No tardarían ambos en desaprobar los métodos del comandante supremo de los “dorados” y decidieron separarse del grupo. Precisamente por esta situación y la serie de traiciones que se produjeron en la época, tuvo que  refugiarse en El Paso, Texas, llevándose a su esposa Laura Pérez con quien recientemente había contraído nupcias. El matrimonio permaneció en el país vecino durante 3 años, lejos de la venganza de Villa.

Calmadas un poco las aguas revolucionarias, regresó en 1916 a Culiacán, en calidad de profesor de matemáticas en la Universidad de Occidente, invitado por el doctor Bernardo J. Gastélum. En esta época de reencuentro con su vocación académica y política fue regidor, diputado local, diputado federal en tres ocasiones y senador. En su desempeño legislativo enderezó las baterías hacia la modernización de la educación y la salud en México.

Entre 1925 y 1926 fue designado primer ingeniero de la Comisión Agraria Mixta, dependencia que tramitó los expedientes de solicitudes de restitución y dotación de tierras a los campesinos sinaloenses y gobernador interino en sustitución del desaforado  Alejandro R. Vega. A él se debe el Hospital Civil de Culiacán, el deslinde y expropiación de tierras y la promulgación del decreto que estableció la jornada laboral de ocho horas en el estado.

En el servicio público fue jefe administrativo de la Secretaría de Gobernación; director de previsión social de la Secretaría del Trabajo; jefe de la oficina federal de Hacienda en Salina Cruz, Oaxaca; jefe de los almacenes del Departamento del Distrito Federal; Tesorero del Comité Nacional del Partido Nacional Revolucionario; y  jefe del Departamento de Enseñanza Técnica, Industrial y Comercial de la SEP en dos ocasiones.

Desde esa posición, consolidó una gran amistad con el general Lázaro Cárdenas, quien no dudó en sumarlo a la planeación educativa. Con todo el apoyo del cardenismo, organizó un gran equipo humano, con destacados técnicos mexicanos, quienes pusieron todo su esfuerzo, dedicación y experiencia para sentar las bases de la enseñanza técnica profesional que estaba requiriendo urgentemente el desarrollo del país y que de manera muy rudimentaria había iniciado en 1856 el presidente Ignacio Comonfort, atrapado entre la revuelta entre liberales y conservadores y el ferviente catolicismo de su madre que lo llevaron a dimitir de la presidencia de la república.

Como resultado de este importante trabajo surgió el Instituto Politécnico Nacional (IPN), uno de los más importantes proyectos del cardenismo que reunió en una sola institución las diversas carreras técnicas que estaban dispersas, desatendidas, mal ubicadas y aisladas completamente del contexto nacional y de toda la problemática que intentó resolver entonces el cardenismo. Hoy -2021- es la universidad tecnológica más importante de América Latina.

El 7 de octubre de 1977, a los 87 años de edad, la Cámara de Senadores del Congreso de la Unión le otorgó la medalla Belisario Domínguez. En esa ocasión Bátiz expresó: “la acepto porque sé que es para el Politécnico… Sólo vale la pena vivir o morir, si se vive o se muere por la Patria. Yo no tuve el honor de morir por ella, pero he intentado servirla durante toda mi vida.

Antes de morir en la ciudad de México, el 20 de mayo de 1979, expresó: “el Politécnico fue mi ilusión y su presencia ha sido mi compañera en esta vida que ha de terminar tranquila y en paz”.

En 1980, el Congreso del Estado de Sinaloa autorizó al gobernador del estado que en nombre del pueblo sinaloense donara al Instituto Politécnico Nacional una estatua de su fundador. La LIII Legislatura acordó también que su nombre se inscribiera con letras de oro en el Muro de Honor del Salón de Sesiones del Palacio Legislativo. Un puente que cruza el río Tamazula en la ciudad de Culiacán lleva su nombre. Con motivo del 107 aniversario de su natalicio, en su pueblo natal, se develó el 3 de abril de 1997 un monumento en su memoria.

67 años después del acto fundacional de Juan de Dios Bátiz Paredes, el doctor José Enrique Villa Rivera, otro sinaloense ejemplar, asumió la dirección general del Instituto Politécnico Nacional y el miércoles 27 de febrero de 2008 la Universidad Autónoma de Sinaloa le otorgó el Doctorado Honoris Causa por su contribución al fortalecimiento de la educación en  nuestro estado.

(Semblanza considerada para la segunda edición del libro La Patria Íntima de Mario Martini/2009)

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4 thoughts on “Juan de Dios Bátiz Paredes, político, académico y servidor público

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    Saludos cordiales

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