Muerte y boda de Ángela Peralta pusieron a Mazatlán en los ojos del mundo

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  • Ángela Peralta, cantante de Ópera, conocida como el Ruiseñor Mexicano

Por Mario Martini

Aunque nunca cantó en Mazatlán, sus pobladores la adoptaron como hija predilecta por haber traído la fiebre amarilla que provocó la mortandad de muchos habitantes pero al mismo tiempo puso al puerto en el mapa mundial porque los científicos de la época estaban interesados en el estudio de la epidemia.

Fascinados por la fama internacional de la cantante, los mazatlecos de todos los niveles sociales –que desde siempre llevaban en el alma el bullicio carnavalero- salieron a las calles enardecidos a recibir al “Ruiseñor Mexicano” y a su “Compañía de Ópera Italiana Ángela Peralta” que habían puesto de rodillas a las más exigentes monarquías europeas.

Como un hecho histórico extraordinario quedó registrado la bienvenida que le tributó un pueblo de pescadores y contrabandistas, supuestamente ajeno a las andanzas de la diva y al alto nivel cultural de la ópera. El pintor mazatleco de fama internacional Antonio López Sainz captó el momento en uno de sus memorables lienzos de historia mazatleca, lleno de luz, color y emoción, que actualmente pertenece a la familia Gómez Rubio Lemenmeyer.

  • Moda tanatológica

Fue su matrimonio una réplica del que unos cuantos años había celebrado la rosarense Concepción Moreno y Ramos con don Pedro Echeguren De la Quintana, el más rico de la legión extranjera que vino a Mazatlán en la segunda mitad del s.XIX.

De naturaleza humilde, contratada por don Pedro como sirvienta, doña Concepción no tuvo problemas morales para calentarle el catre y atender las necesidades humanas del patrón. Procreó con su jefe vasco cinco hijas y un varón y vivió resignada a ser la manceba vitalicia sin más recompensa que venerar un amor prohibido, puesto que don Pedro estaba casado en España. Sin embargo, la muerte de la esposa, ocurrida en la víspera de venirse a instalar definitivamente en la famosa Quinta que su marido construyó en su honor en un descanso panorámico del Cerro del Vigía, fue la coyuntura que aprovechó el padre Miguel Lacarrá, cura y Vicario del Santo Concilio de Trento y promotor principal de la Catedral Basílica de la Inmaculada Concepción de Mazatlán, para salvar del purgatorio a su principal benefactor que -desde la perspectiva de la religión católica- vivía en pecado mortal con la sirvienta.

Don Pedro no resistió la persistente necedad del cura y accedió a casarse por la iglesia el 5 de octubre de1872, pero no lo hizo por las leyes civiles dejando a su viuda a punto de perderlo todo. Asesorada por el cuñado, Francisco Echeguren, doña Concepción contrató al Juez del Estado Civil del Distrito de Mazatlán Francisco Duahagón, quien los casó en “artículo mortis” para evitar que la enorme fortuna del dueño de la mina de Guadalupe de los Reyes, entre otros muchos negocios, administrada desde entonces por don José H. Rico,  fuera a parar a la caridad pública o al gobierno. Este antecedente sirvió de ejemplo para el matrimonio de la cantante, mujer deslumbrante en los escenarios y lúgubre en asuntos de amor.

Nació Ángela un domingo en la ciudad de México el 6 de julio de 1845 en el número 2 del callejón de Pañeras, hoy calle de Aldaco, hija primogénita de Manuel Peralta Páez y Josefa Castera Azcárraga. Su dolorosa muerte, a consecuencia de la fiebre amarilla, permitió, sin embargo, que el mundo conociera al puerto de Mazatlán y que sus habitantes la adoptaran como hija predilecta por venirse a morir al Hotel Iturbide, acontecimiento que de alguna manera sirve de argumento para nombrar Centro Histórico a esta parte de la ciudad.

Fue de origen humilde y desde pequeña demostró poseer una privilegiada voz y grandes facultades escénicas que fueron alentadas por su familia. A los nueve años cantó una cavatina de la ópera Belizario que escuchó la gran cantante Enriqueta Sontag, quien actuaba entonces en el Teatro Nacional; la famosa artista hizo grandes elogios de la pequeña, a la que auguró muchos éxitos.

María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera -su nombre completo- no fue agraciada en cuanto a belleza física y tal vez por ello percibió las dificultades que tendría en la vida, así que estudio canto y representación teatral sin descanso, lo mismo en el Conservatorio de Música que con los mejores maestros de la Ciudad de México.

En 1860, con juveniles 15 años de edad, se presentó por primera vez en un teatro para actuar en la ópera El Trovador; al año siguiente partió a Italia, donde estudió bajo la dirección de reconocidos maestros. Alguno de ellos, fascinados, afirmó que como “Ángela solamente los ángeles del cielo podían cantar”. En 1862 cantó con éxito definitivo en el teatro de la Scala de Milán, selecto recinto donde se presentaban los mejores solistas del mundo.

El 15 de noviembre de 1865, en plena intervención francesa, después de una comida organizada por la emperatriz Carlota, brindó  un pequeño concierto en uno de los salones de palacio donde cantó la soprano, recibiendo los aplausos de Su Majestad Carlota de Habsburgo y de los asistentes a la reunión. Cuenta la reseña periodística del 27 de noviembre de 1865, publicada en el diario La Sociedad que “…por el respeto debido a Su Majestad (S.M), es indudable que todos los concurrentes hubieran aplaudido frenéticamente, como lo hacían multitud de personas que se hallaban en la calle frente a los balcones de los aposentos de S. M.” La emperatriz regaló un brazalete a la cantante en reconocimiento a su actuación.

Durante varios años recorrió Europa, cosechando triunfos en todas partes, hasta que volvió a su patria para cantar el 11 de junio de 1871 en el Teatro Nacional de la ciudad de México, en medio del delirio de sus compatriotas. Bautizada ya como “El Ruiseñor Mexicano” ese día cantó La Sonámbula de Bellini, conmoviendo al público que lloró y rompió de pie en aplausos. Después de su indiscutible triunfo internacional, recorrió las principales ciudades del país para obsequiar a sus compatriotas su incomparable voz.

En la víspera de su llegada a Mazatlán, la alta sociedad y algunos sectores populares enterados de su éxito le brindaron uno de los recibimientos más extraordinarios de la historia del puerto, solo comparable al éxtasis que la turba alcanza en Carnaval. El respeto de los mazatlecos no era desproporcionado, pues la cantante había rendido a su pies a monarcas de muchos países que llenaron sus baúles de viaje con valiosas joyas en recompensa a su talento.

Llegó la artista al puerto el 20 de agosto de 1883 en el vapor Newbern procedente de San Francisco. Murió diez días después, a las 10:15 de la mañana, en el cuarto número 10 del Hotel Iturbide, llevándose con ella a casi toda su “Compañía de Ópera Italiana Ángela Peralta”. Murieron Fausto Belloti, primer tenor; Pánfilo Cabrera, segundo tenor; el doctor Pedro Chávez Aparicio, director de orquesta; y los artistas Juan Zamora, Carlos Zamora, Eusebio Valencia, Santos Herrera, José Loreto, Jova N. de Salinas y Pedro Escalante, todos ellos inhumados con discretos honores en una fosa del panteón municipal número 2, hoy conocido como “Panteón Ángela Peralta” donde durante algún tiempo reposaron los restos de la artista para luego ser trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres en la ciudad de México.

  • Boda luctuosa

Enferma de fiebre amarilla, que contrajo en su viaje de San Francisco a Mazatlán, Ángela no pudo presentarse en el Teatro Rubio ni en ningún otro, pues murió entre “vómitos incesantes e incoercibles de materias negras de color asiento de cafés hasta negras como las tintas y supresión de orina” a las 10:15 de la mañana del 30 de agosto de 1883 con las alforjas llenas de joyas. A partir de ese momento surgió una de las historias más interesantes y lúgubres de la sociedad mazatleca que en muchos casos amasó fortuna con trampas, engaños y traiciones.

Supuestamente 45 minutos antes de morir “entre hemorragia nasal, convulsiones, escalofríos y vómitos negros”, contrajo matrimonio con el yucateco Julián Montiel y Duarte, administrador personal y amante. Algunos historiadores consideran que la presencia de Cecilio Ocón en el acto puso al descubierto el ruin propósito real de la escatológica boda: repartirse impunemente, bajo el manto de la legalidad, las joyas que la cantante lucía por el mundo.

De acuerdo con las firmas que aparecen en las actas de matrimonio y defunción destaca la de Cecilio Ocón, entonces alcalde primero constitucional en funciones de Juez del Estado Civil por ministerio de ley, quien sospechosamente desplazó al licenciado Manuel López Portillo, Juez del Estado Civil de Mazatlán, a quien correspondía legalmente protocolizar ambos documentos.

Otro actor clave de la intriga fue el cubano Manuel Lemus, músico de la compañía, quien tiempo después relató al detalle la ceremonia y admitió que él le movió la cabeza a la diva muerta para que diera el “sí” a su marido. Se desconoce el paradero de las joyas, pero hay quienes aseguran que algunas están en algunas mansiones de la selecta sociedad mazatleca.

.Una pérgola en la cima del cerro del Vigía, una escuela y el teatro de la ciudad y puerto de Mazatlán llevan su nombre.

Ángela Peralta puso a Mazatlán en el firmamento de la ciencia y a México en el mapa del mundo al costo de su propia vida.

(Semblanza del libro La Patria Íntima de Mario Martini)

 

 

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