Esteban Flores, rosarense, poeta, periodista y servidor público

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Por Mario Martini

Originario del municipio sinaloense de El Rosario, fue poeta, periodista y servidor público tan discreto como honrado.

Nació en Chiametla, municipio de El Rosario, Sinaloa, el 26 de diciembre de 1870 y murió asesinado en el puerto de Mazatlán en 1927.

Se tituló de profesor en educación primaria en la Escuela Lancasteriana de Mazatlán e impartió las materias de historia, matemáticas y literatura en el Colegio Civil Rosales. Simultáneamente al desempeño de varios cargos políticos dirigió el periódico El Correo de la Tarde (de 1895 a 1905), donde publicó sus primeros poemas con el seudónimo de José Conde. Produjo pocos poemas pero cuidadosamente escritos y colaboró también en revistas y periódicos culturales de Mazatlán, Culiacán y Mocorito.

Publicó su poemario “La Visión Dispersa” por la insistencia de Efrén Rebolledo, Ramón López Velarde y Enrique González Martínez, amigos íntimos y compañeros de redacción en el periódico cultural Pegaso que fundaron Enrique González MartínezRamón López Velarde y Efrén Rebolledo, tres reputadas figuras del momento. Colaboró también en el Periódico Oficial del Estado de Sinaloa y los diarios Mefistófeles, Monitor Sinaloense y las revistas Arte y Bohemia Sinaloense.

Fue jefe de la Sección de Estadística e Instrucción Pública y, más tarde, director de Educación Pública de Sinaloa en el gobierno del general Francisco Cañedo, compadre de Porfirio Díaz.Fue profesor de historia, matemáticas y literatura en el Colegio Civil Rosales, regidor y presidente municipal de Culiacán.

Por el poco interés de los lectores sinaloenses en su producción literaria, decidió partir a la ciudad de México en 1911, donde trabajó en las redacciones de los diarios El Porvenir, La Nación, El Imparcial y El Independiente, así como en la revista Argos que dirigió Enrique González Martínez que fue su descubridor y mecenas. En 1916 figuró en la redacción de la revista Pegaso y en 1918 ingresó a la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, interviniendo en la solución de la huelga de Orizaba en 1919. En ese tiempo realizó un estudio sobre inmigrantes asiáticos y las condiciones de vida de los trabajadores en el sur de México.​ En 1923 fue jefe de prensa de la Secretaría de la Gobernación.​ En los años siguientes fue visitador general de la Secretaría de Hacienda en Sinaloa, Nayarit, Sonora y Baja California. Fue también revolucionario, pues pensaba que el ideal agrario del zapatismo era la espina dorsal de la revolución mexicana.

 

Del discreto Esteban decían sus amigos: “no sólo era poeta sino también hombre honrado, de pureza incorruptible, leal a toda prueba y de rectitud inquebrantable”. De manera póstuma fue publicada una selección de sus poemas “La visión dispersa” que apareció en la Ciudad de México en 1938 con un prólogo de Enrique González Martínez que dijo sobre su obra: “hondo sentido del paisaje lírico, gracia de ironía, fuerza, sonrisa, palpitación humana…” y del amigo: “lo recuerdo joven, alto y recio, con mucho de nuestro indio norteño, moreno y ceñudo, parco en palabras, con mezcla de orgullo y timidez; la sonrisa clara, en contraste con el fruncimiento de las cejas, y en todo él, un aire de fuerza refrendada y de emoción reprimida, propios de temperamentos que no gustan de entregarse en efusividad prematura y que es signo de noble y pudorosa distinción. Certero en sus juicios, implacable ante la impureza del arte, incapaz de amistosas complacencias para lo mediocre, franco hasta la rudeza para expresar inconformidad con la obra ajena, era más exigente aún para la propia, de la cual como todo artista de buena ley, siempre estuvo insatisfecho. Conservó este rigor de conciencia cívica artística a través de toda la vida y esta severidad para juzgarse. Amaba la perfección y quería lograrla”.

En 1927 regresó a Mazatlán para hacerse cargo de un empleo fiscal en la aduana, donde encontró la muerte. Ese mismo año, el 10 de marzo, cayó asesinado al rechazar un soborno de contrabandistas que le advirtieron: plomo o plata, según frase villana del asesino. El crimen quedó impune.

(Semblanza publicada en el libro La Patria Íntima de Mario Martini/Edit. 2009)

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