Teófilo Noris Cibrián, Niño Héroe sinaloense

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Por Mario Martini

Heroico cadete sinaloense, sargento segundo para más precisión, que a los tempranos 18 años de edad vivió las horas trágicas de la guerra en defensa del Castillo de Chapultepec ante la invasión del ejército norteamericano en 1847. Algunos historiadores han puesto en duda que esta gesta heroica haya ocurrido, al menos no en los términos que conocimos en la primaria, pero cuya existencia ha sido corroborada por distinguidos investigadores universitarios a partir de autentificar testimonios de algunos sobrevivientes como el del sinaloense Téofilo Noris Cibrián.

Nació el 9 de enero de 1829 en medio de la prosperidad que brotaba generosa del mineral de El Rosario, donde unas décadas antes un caballerango habían descubierto sin querer la generosa mina del Tajo. Sus padres fueron el comandante del ejército republicano Joaquín Noris y la señora Victoria Cibrián. A los 16 años siguió  el ejemplo del padre y viajó a la ciudad de México para ingresar al Colegio Militar con grado de cabo, donde permaneció durante 2 años. Sus méritos militares se concentran y dimensionan en ese hecho histórico controversial: muy joven alcanzó el grado de sargento segundo y comandante de la segunda compañía que el 13 de septiembre de 1847 defendió el ala oriente del Castillo de Chapultepec.

La intervención del ejército norteamericano en México fue un conflicto bélico que enfrentó a ambos países entre 1846 y 1848, cuyos orígenes fueron las pretensiones expansionistas de la Unión Americana que presionaba al gobierno mexicano para que cediera los territorios de Alta California y Nuevo México,  después de que ya se había anexado Texas en 1836.

  • Defensa heroica

La batalla del Castillo de Chapultepec, construido originalmente como palacio virreinal y utilizado para la formación de militares de carrera desde 1843, fue la última fase de la intervención norteamericana que culminó con la toma de la Ciudad de México. Unos 50 cadetes recibieron la orden de abandonar el Colegio Militar cuando las tropas norteamericanas, al mando del general Winfield Scott, avanzaban hacia Chapultepec en su campaña militar para tomar la capital del país. Habían pasado ya seis meses desde el desembarco de los invasores en Veracruz y Nicolás Bravo, encargado de la plaza, consideró inútil la defensa. Hay algunas versiones respetables que indican que la mitad de ellos no acató la orden. Se quedaron a dar la batalla y combatieron con fuerza y vigor. Eso debe reconocerse en unos adolescentes que no pasaban de los 20 años de edad: Francisco Márquez, nacido en Guadalajara, tenía 13 años, y era el más joven; Vicente Suárez, de Puebla, tenía 14; Agustín Melgar, nativo de Chihuahua, contaba con 18, lo mismo que Fernando Montes de Oca, originario de la ciudad de México; Juan de la Barrera y Juan Escutia, de 19 y 20 años, procedían de la capital y de Tepic, respectivamente. El comandante de algunos de ellos era el rosarense Teófilo Noris, otro joven de 18 años.

Para los historiadores mexicanos que pretenden olvidar este episodio o dudan de la veracidad de los hechos, ciertamente convertidos en leyenda, ahí están las crónicas y diarios de los estadounidenses que reconocieron el valor y juventud de los cadetes, pero principalmente deben considerar los testimonios de los sobrevivientes.

Se cree que en 1907, con motivo del 60 aniversario de la gesta heroica de los Niños Héroes, Genaro Estrada publicó una entrevista a Teófilo Noris en un periódico del Colegio Rosales. Con esa entrevista al héroe sinaloense de la gesta nacional de 1847, Estrada inició presumiblemente su tarea de historiador a los 20 años de edad. Sin embargo, no se ha localizado  ejemplar ninguno de la publicación.

Alejandro Hernández Tyler publica en la Antología de Ernesto Higuera un texto que Noris dejó a sus hijos, en la víspera de su muerte a los 80 años de edad:

A nosotros confiaron la guardia del hospital de sangre que se encontraba en el oriente de Chapultepec. En el occidente del Colegio, que estaba defendido por la Primera Compañía al mando del general Monterde, había comenzado el tiroteo por la mañana del día 13. Los de la Segunda, que éramos 40 alumnos, cuatro cabos y yo no habíamos sido molestados para nada. Como a las 12 del día, recibimos aviso de que la posición llamada Caballero Alto se había rendido y que ya los americanos se dirigían a nosotros. El oficial de nuestra compañía, Miguel Poucel, ordenó inmediatamente ponernos sobre las armas(…) Lo recuerdo perfectamente: era Andrés Mellado quien estaba de centinela avanzado y gritó: ¡Alto! ¿Quién vive?(…) Pensamos en un segundo en nuestras familias, en el hogar, en los amigos, en la Patria, en el honor(….) Y un aliento de gloria nos transformó, nos embriagó y anonadados corrimos a las armas, pasando por encima de las cajas de parque tomamos nuestras posiciones y no hicimos esperar la respuesta a los primeros tiros de la fusilería enemiga (….) Sobre los parapetos estábamos inmóviles, cargando los fusiles y veíamos al centinela, sonriente, que se detenía de cuando en cuando para contestar alguna bala que cerca le pasaba(…) Había un muchacho -¡qué diablo de valiente!- que siempre se distinguió en el tiro al blanco y detrás de su parapeto parecía muy divertido en cazar americanos (…)

(…) De pronto escuchamos nuevamente al centinela: ¡Relevo, relevo, estoy herido…! Se le relevó de inmediato para atenderlo de un ligero rozón en el carrillo. Poucel, debo decirlo, dirigió la defensa como un león(…)¡Sargento!, me ordenó: deje de disparar y ocúpese en cargar las armas de los muchachos porque estos malvados nos acosan por todos lados.Tomé el lugar cerca de 4 cajas de parque y comencé a cargar fusiles y llenar cartuchos. Esa tarea nos llevaba mucho tiempo, cuando vi aparecer por la puerta del “Rastrillo” a 150 hombres que empezaron a hacer fuego, un fuego de infierno. A poco aparecieron otros 150 que redoblaron el ataque sobre nuestras posiciones. Notaba yo que las cajas de parque quedaban vacías por momentos, cuando nuevamente se acercó Pourcel para describir el curso de la batalla: ¡Sargento, los muchachos aflojan! Hay razón, le contesté, el parque se nos ha agotado (…) El general Monterde no podía transmitirnos órdenes en aquellos momentos, puesto que ya estaba preso en la parte occidental del Colegio (…) Los tiros se agotaron y la rendición se imponía. Agustín Melgar no estuvo conforme y se fue a encerrar en la biblioteca, donde recibió a balazos a los enemigos y mató a uno de ellos. El también fue herido y después de amputarle una pierna falleció (…)

(…) Al rendirnos no entregamos las armas. Pourcel nos ordenó que las colocáramos en tierra y él hizo lo mismo con su espada (…) Un joven oficial americano exigió a Pourcel  la entrega de la espada como símbolo de rendición. –Si la quieres, recógela, le dijo, nosotros jamás se las entregaremos-. Fuimos encerrados en los dormitorios y al día siguiente nos condujeron a Tacubaya, en donde negamos juramento de no tomar las armas contra la invasión. El día 15 se nos puso en libertad en la ciudad de México, a condición de no salir de la capital (….) Me parece ver con toda claridad a Montes de Oca, quien murió a mi lado; a Suárez, a Hilario Pérez de León, a Escutia, a Pablo Banuet, a Agustín Melgar…”

  • Las otras versiones

Circula en algunas publicaciones clandestinas, recuperadas en sitios de Internet, otra versión de la entrevista supuestamente concedida por Noris a un periodista alemán, 26 años después de la defensa del Castillo de Chapultepec, en la que desacredita a los Niños Héroes, quienes al momento de la invasión celebraban sus ascensos en una fiesta privada y “que ni cuenta se dieron de la invasión norteamericana”, pues fueron asesinados por el propio general Monterde por indisciplinados. Otras versiones  restan credibilidad a los acontecimientos narrados por la historia oficial e incluso aseguran que no fue Juan Escutia -de quien no hay documentación que pruebe que estaba inscrito en el Colegio- el que voló con la bandera nacional en viaje suicida sino Fernando Montes de Oca o Agustín Melgar, quienes huían de la furia de su comandante y cayeron al vacío en su desesperada carrera.

El episodio de Chapultepec fue silenciado durante varias décadas, virilmente recuperado por Miguel Miramón, el mejor general de los ejércitos conservadores que también fue “niño héroe” a los 16 años y  luego fusilado por orden de Benito Juárez en el Cerro de las Campana, acusado de traición a la Patria, quien lo enalteció en un discurso con motivo del aniversario de la Independencia en 1851. Luego vinieron décadas de silencio hasta que Carlos Salinas de Gortari incluyó la referencia de  los Niños Héroes en el acto del grito de Independencia en algún año de su sexenio.

A pesar de tantas versiones, fundadas e infundadas, este hecho se recordará como una hazaña verídica, en la que un grupo de unos  25 cadetes del Colegio Militar decidió defender el Castillo y dar la batalla por amor a México con gran fuerza y vigor, en una acción significativa en medio de derrotas, desconfianza y traición.

Teófilo Nori Cibriáns fue el último sobreviviente de esa batalla de 1947. Murió el 29 de agosto de 1909 en la ciudad de México, a los 80 años de edad. Una calle bastante discreta lleva su nombre en el puerto de Mazatlán, así como varias calles, avenidas, colonias y puentes en el estado de Sinaloa.

Foto: mediateca INAH

(Semblanza del libro La Patria Íntima/Todos Somos Sinaloa de Mario Martini)

 

     

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